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30 de junio de 2011

Torre Eiffel




por Vicente Huidobro
Guitarra del cielo
tu telegraa sin hilos
atrae las palabras
como un rosal las abejas.
Durante la noche
ya no corre el Sena
telescopio o clarín
Torre Eiffel
y es una columna de palabras
o un tintero de miel
En el fondo del alba
una araña de patas de alambre
urdía su tela de nubes
Mi niño
para subir a la torre Eiffel
se trepa por una canción
                   do
                     re
                       mi
                         fa
                           sol
                              la
                                si
                                  do
 ya estamos arriba
Un pájaro canta
en las antenas telegráficas
es el viento de Europa
el viento eléctrico
Allá abajo
los sombreros vuelan
tienen alas, pero no cantan
el Sena duerme
bajo la sombra de sus fuentes
Veo girar la tierra
y toco el clarín
para todos los mares
sobre el camino de tu perfume
todas las abejas y palabras se van
En los cuatro horizontes
quién no oyó este cantar.
YO SOY LA REINA DEL ALBA DE LOS POLOS
YO SOY LA ROSA DE LOS VIENTOS QUE SE MARCHITA CADA OTOÑO
Y TODA LLENA DE NIEVE
MUERO DE LA MUERTE DE ESA ROSA
EN MI CABEZA UN PAJARO CANTA TODO EL AÑO
Así un día me habló la torre
Torre Eiffel
jaula del mundo
canta canta
repique de París
El gigante colgado en medio del vacío
es el cartel de Francia
el día de la victoria
Tú se la contarás a las estrellas.



Vicente Huidobro. (Santiago, 1893 - Cartagena, Chile, 1948) Poeta chileno fundador del Creacionismo, movimiento poético vanguardista. Fue además uno de los impulsores de la poesía de vanguardia en América Latina.  Vicente Huidobro nació en el seno de una familia de la elite oligárquica, vinculada a la gran propiedad agrícola, a la banca y a la política. Cursó la enseñanza primaria con institutrices privadas y la secundaria en el Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús. Aunque fue crítico con la enseñanza jesuítica, tomó de ella una postura elitista ante la vida. Desde su juventud realizó frecuentes viajes por Europa, que le valieron un profundo enriquecimiento cultural y una depuración de sus gustos estéticos. Particularmente intenso desde la experiencia intelectual fue el largo período en que residió en París, ciudad a la que llegó en 1916, en plena guerra mundial; allí conoció a Picasso, Juan Gris, Max Jacob y Joan Miró, entre otras figuras de la cultura del momento. Escribió en revistas literarias junto a poetas como Apollinaire, Réverdy, Tzara, Breton y Aragon; es decir, lo más granado de la poesía francesa del momento. El Creacionismo. Al periodo parisino corresponde la fundación del Creacionismo, en la que situaba al creador artístico a la altura de un demiurgo capaz de insuflar a su creación un aliento vital tan poderoso que se podría medir, incluso, con las creaciones de la propia Naturaleza. Así, para Huidobro el artista no debía limitarse a imitar la Naturaleza (de ahí el título de su el manifiesto creacionista: Non serviam, "no serviré"), sino que debía mantener con ella una especie de competición en la que podía mostrar el vitalismo de su propia obra. Es la famosa tesis que sintetizó en la fórmula: ¿Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!? / Hacedla florecer en el poema. Lógicamente, esta concepción llevaba aparejada la necesidad de crear nuevas imágenes -tan coloristas como animadas e sorprendentes- e, incluso, un novedoso lenguaje poético capaz de romper con todos los niveles de la lengua y generar también su propia sintaxis; de ahí que la yuxtaposición (de oraciones, vocablos o sonidos extrañamente puestos en contacto) se convirtiera en una de las características más acusadas del Creacionismo, al tiempo que las largas secuencias y enumeraciones de palabras y sintagmas contribuyeran decisivamente a dar al poema esa apariencia de objeto aleatorio, mera creación de un dios absorto en las posibilidades estéticas del material con que moldea su obra. Con estos presupuestos estéticos, Vicente Huidobro se presentó en Madrid en 1918, donde fundó un destacado grupo de poetas creacionistas consagrados a la elaboración de textos que seguían fielmente los postulados del ya respetado maestro chileno. Por aquel entonces ya era un poeta fecundo, que arrastraba tras sí una interesante producción literaria: seis poemarios impresos en su país natal (Ecos del alma, La gruta del silencio, Canciones en la noche, Pasando y pasando, Las pagodas ocultas y Adán), uno aparecido en Buenos Aires (El espejo de agua) y otro publicado en París (Horizon Carré). A ellos se añadirían pronto cuatro nuevos poemarios (Poemas árticos, Ecuatorial, Tour Eiffel y Hallali). Entre el 16 de mayo y el 2 de junio de 1922, Vicente Huidobro presentó una exposición de trece poemas en forma de caligramas en el Teatro Eduardo VII de París. En el catálogo de la exposición estaba su retrato dibujado por Pablo Picasso y una crítica elogiosa de sus poemas escrita por el español Gerardo Diego. Su aceptación en París fue un éxito personal y de Chile, favorecido por el hecho de que el poeta escribiera indistintamente en francés y en español. Regresó por un largo período a Chile en 1925. Desde su llegada inició una intensa actividad literaria y política, con la fundación de la revista La Reforma y sus numerosas colaboraciones en Andamios, Panorama y Ariel. En el terreno político fundó un diario, Acción, desde el que defendía sus ideas contrarias al militarismo. Candidato a presidente, fracasó estrepitosamente en los comicios de 1925, lo que le causó no poca amargura. Altazor.  Alrededor de 1930 fue cuando dio los toques finales a sus dos obras cumbres, dos poemarios que, desde el momento mismo de su aparición estaban llamados a situarse en los puestos cimeros de la literatura universal. Por aquel entonces, Huidobro estaba en el apogeo de su fama, y gozaba del éxito obtenido por su novela fílmica Mío Cid Campeador (1929), en la que el propio poeta -que alardeaba de ser descendiente de Rodrigo Díaz de Vivar- identificaba su relación amorosa con Ximena Amunátegui como una reencarnación moderna de la pareja formada por El Cid y Doña Jimena.  La peripecia que había dado lugar a esta unión no puede ser más rocambolesca: en 1925, coincidiendo con su regreso a Chile y su fracaso en el intento de tomar parte activa en la política de su país, el gran poeta había conocido a Ximena, una joven estudiante de quince años de edad, por la que abandonó a su mujer (con la que llevaba casado más de quince años) y a sus hijos. Ximena no sólo era menor de edad, sino hija de un poderoso prócer chileno, quien se opuso tajantemente a su unión con el poeta. Huidobro marchó entonces a París, cerró la casa de Montmartre donde había residido con su familia, y se trasladó a Nueva York, donde cosechó algún éxito como escritor de guiones cinematográficos. Pero en 1928, cuando Ximena Amunátegui acababa de alcanzar la mayoría de edad, el poeta viajó a Chile, la raptó a la salida del Liceo y se marchó de nuevo a París, en donde la feliz pareja se instaló en el barrio de Montparnasse. Fueron aquellos unos años de plenitud amorosa y creativa para el poeta, quien, después del mencionado éxito de su versión del Cid, decidió retomar un largo y ambicioso proyecto en el que había empezado a trabajar diez años antes. Se trata de Altazor o el viaje en paracaídas, un poema mayor en siete cantos que narra la caída del hombre y el encuentro con la mujer, con la poesía. Junto con Temblor de cielo (acabado también por aquellas fechas), es la obra cumbre del Creacionismo y el mayor legado de Huidobro a la poesía. Después de que las corrientes estéticas hayan virado por centenares de derrotas diferentes, el valor poético de Altazor y Temblor de cielo sigue siendo incalculable. Bien es cierto que una parte de la crítica sólo ve en Huidobro una especie de ingenioso prestidigitador que juega con las palabras como si de objetos malabares se tratasen, sin conseguir dar a sus composiciones sentido alguno; pero la mayoría de los estudiosos del fenómeno poético aún se deslumbra con las imágenes, la vivacidad, la invención y la heterodoxia inconformista y novedosa de este gran rebelde de las letras hispanas, quien supo mantener su vigor creacionista hasta en el epitafio que dejó escrito para su lápida: "Abrid esta tumba: al fondo se ve el mar". © Biografías y Vidas.

29 de junio de 2011

Tres poemas y El último amor




por Vicente Aleixandre

Después del amor

Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,
como el silencio que queda después del amor,
yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo
hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.
Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir
                                                                      retraído.
Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace
              un instante, en desorden, como lumbre cantaba.
El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su
                                                                 forma continua,
para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de
                                                                       la llama,
convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites
                                                                      se rehace.

Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios,
                                           delicadamente desnudos,
se sabe que la amada persiste en su vida.
Momentánea destrucción el amor, combustión que
                                                                      amenaza
al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera,
sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas
la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la
                                                                            vida,
la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad
                                                                   nos llamaba.
He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado,
opulento de su sangre serena, dorado reluce.
He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado
                                                                              pie,
y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente,
la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa
                                                                          nacido,
y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro
                                               amor, que allí lúcido vela.
En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla
                                                                 caldea sin celo,
está la boca fina, rasgada, pura en las luces.
Oh temerosa llave del recinto del fuego.
Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben,
mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada.


El olvido

No es tu final como una copa vana
que hay que apurar. Arroja el casco, y muere.

Por eso lentamente levantas en tu mano
un brillo o su mención, y arden tus dedos,
como una nieve súbita.
Está y no estuvo, pero estuvo y calla.
El frío quema y en tus ojos nace
su memoria. Recordar es obsceno,
peor: es triste. Olvidar es morir.

Con dignidad murió. Su sombra cruza.


El poeta se acuerda de su vida

Perdonadme: he dormido.
Y dormir no es vivir. Paz a los hombres.
Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan.
¿Vivir en ellas? Las palabras mueren.
Bellas son al sonar, mas nunca duran.
Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora
o cuando el día cumplido estira el rayo
final, ya en tu rostro acaso.
Con tu pincel de luz cierra tus ojos.
Duerme.
La noche es larga, pero ya ha pasado.


El último amor

I
Amor mío, amor mío.
Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.
Y acaba de irse aquella que nos quería. Acaba de salir. Acabamos de oír cerrarse la puerta.
Todavía nuestros brazos están tendidos. Y la voz se queja en la garganta.
Amor mío...
Cállate. Vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio la puerta, si es que
                                                                                   no quedó bien cerrada.
Regrésate.
Siéntate ahí, y descansa.
No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve. No puede volver.
Se ha marchado, y estás solo.
No levantes los ojos para mirarlo todo, como si en todo aún estuviera.
Se está haciendo de noche.
Ponte así: tu rostro en tu mano.
Apóyate. Descansa.
Te envuelve dulcemente la oscuridad, y lentamente te borra.
Todavía respiras. Duerme.
Duerme si puedes. Duerme poquito a poco, deshaciéndote, desliéndote
                                                      en la noche que poco a poco te anega.
¿No oyes? No, ya no oyes. El puro
silencio eres tú, oh dormido, oh abandonado,
oh solitario.
                   ¡Oh, si yo pudiera hacer que nunca más despertases!

II
Las palabras del abandono. Las de la amargura.
Yo mismo, sí, yo y no otro.
Yo las oí. Sonaban como las demás. Daban el mismo sonido.
Las decían los mismos labios, que hacían el mismo movimiento.
Pero no se las podía oír igual. Porque significan: las palabras
significan. Ay, si las palabras fuesen sólo un suave sonido,
y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el sueño...

Yo las oí. Y su sonido final fue como el de una llave que se cierra.
Como un portazo.
Las oí, y quedé mudo.
Y oí los pasos que se alejaron.
Volví, y me senté.
Silenciosamente cerré la puerta yo mismo.
Sin ruido. Y me senté. Sin sollozo.
Sereno, mientras la noche empezaba.
La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.
Y dije...
Pero no dije nada. Moví mis labios. Suavemente, suavísimamente.
Y dibujé todavía
el último gesto, ese
que yo ya nunca repetiría.





Vicente Aleixandre. Poeta español nacido en Sevilla en 1898.
Su infancia transcurrió en Málaga, y aunque desde los trece años se trasladó con su familia a Madrid,
el mar dejó una profunda huella en su poesía. Fue profesor de Derecho Mercantil y miembro de la Real Academia
Española desde 1949.
Es uno de los grandes valores de la poesía del siglo XX.
Su primer libro, «Ámbito», fue publicado en 1928, al que siguieron, «Espadas como labios» en 1932,
«Pasión de la tierra» en 1935,  «Sombra del paraíso» en 1944, «Mundo a solas» en 1950, «Nacimiento último» en 1953,
«Historia del corazón» en 1954, «Poemas de la consumación» en 1968, «Diálogos del conocimiento» en 1974  
y póstumamente «En gran noche» en 1991.
En 1934 fue Premio Nacional de Literatura y en 1977 recibió el Premio Nobel de Literatura.
Falleció en Madrid en 1984.
© Amediavoz.com

Soy el sueño de mi abuelo...



por Leonel Lienlaf

Soy el sueño de mi abuelo
que se durmió pensando
que algún día regresaría
a esta tierra amada.

He corrido a recoger el sueño
de mi pueblo
para que sea el aire respirable
de este mundo.



Leonel Iván Lienlaf Lienlaf es escritor, cineasta y músico mapuche-chileno nacido el 23 de junio de 1969 en la comunidad de Alepue, Región de los Ríos, Chile, coincidiendo con el We Tripantu la fiesta de Solsticio de invierno y año nuevo mapuche. En 1989, publicó su primer poemario Se Ha Despertado El Ave De Mi Corazón, obra escrita en mapudungun y español. En 1990, recibió el premio municipal de literatura de Santiago. En 1998 realizó un disco compacto, Canto y poesía mapuche, financiado por Embajada de Finlandia. Otros de sus libros publicados son Palabras soñadas en 2001 y Voces mapuches en 2002. Participó en el tercer festival de poesía de Venezuela en 2006.  Algunos de sus trabajos:
  • Ka feipituan Volveré
  • Mülen Estoy
  • Rüpu Camino
  • Ka-wün Transformación
  • Püchikona Niño
  • Mawün Lluvia
  • Mawün mew Desde la lluvia
  • Llegün Creación
  • Pukem Ülkantun Palabras en invierno
  • Mañkean ñi dungu El sueño de Mañkean
  • Wüdko
  • Pewma dungu Palabras soñadas
  • Rupamum2 Pasos sobre tu rostro
  • Küpan Wün Amanecer
  • Temuko-Waria Temuco-Ciudad
Fue el guionista de Punalka El Alto Bio Bio (1994), We tripantu (1996), realizaciones del centro de estudios y comunicación indígena Lulul Mawidha; Wirarün-grito y Quinquen, tierra de refugio (ambos en 1998) de AM producciones y dirección de Margarita Campos. También ha sido jurado los años 1992 y 2000 en el “Festival de cine y video de los pueblos indígenas”, organizado por CEFREC-CLACPI, en Santa Cruz, Bolivia. Ha sido el ejecutor y creador del proyecto “Elaboración de módulos literarios con énfasis en poesía mapuche, orientado a profesores de educación general básica” bajo el alero de la Pontificia Universidad Católica de Chile, sede Villarrica, en el 2003. Fuente: Wikipedia.

25 de junio de 2011

Desde Grecia, Seferis habla por boca de Stratis: ¡Y es la gloria!




STRATIS EL MARINO DESCRIBE A UN HOMBRE
por Yorgos Seferis
(fragmento) 

1.

Pero ¿qué tiene este hombre?
Toda la tarde (ayer, anteayer y hoy) está sentado con
los ojos clavados en el fuego;
esta tarde conmigo ha tropezado al bajar la escalera
y me ha dicho:
"El cuerpo muere, el agua se enturbia, el alma
vacila
y el viento olvida; todo olvida,
pero el fuego no cambia".
Me ha dicho también:
"Sabe, amo a una mujer que se fue tal vez al otro
mundo; no es esto lo que me hace parecer tan
desolado,
trato de sostenerme en una llama,
porque no cambia".
Después me contó la historia de su vida.


2. Niño

Cuando empecé a crecer, los árboles me torturaban:
"¿Por qué sonríe? ¿Su pensamiento voló a la prima-
vera que es tan dura con los niños pequeños?"
Las hojas verdes me gustaban mucho;
si aprendí algunas cosas creo que fue porque el
secante que guardaba en el pupitre era también
verde;
me torturaron las raíces de los árboles cuando venían
en el calor del invierno a enrollarse en torno de
mi cuerpo.
No tenía otros sueños yo de niño:
así conocí mi cuerpo.


3. Adolescente

Un verano -tenía yo dieciséis años- una voz
extraña cantaba en mis oídos;
fue -recuerdo- a la orilla del mar, entre las redes
rojas y una barca olvidada en la arena como un
esqueleto.
Traté de acercarme a aquella voz aplicando mi oído
a la arena;
la voz se perdió,
pero cayó una estrella
como si viera yo por vez primera una estrella caer
y en los labios el sabor salado de la ola.
Las raíces de los árboles la noche aquella no volvie-
ron ya.
Al otro día un viaje se abrió en mi pensamiento y se
volvió a cerrar como un libro de imágenes;
soñaba con volver a la playa cada tarde
para primero conocer la playa y partir después hacia
alta mar.
Al tercer día a una muchacha amé sobre una cima;
tenía una casita blanca como una ermita;
una madre anciana en la ventana con las gafas
pegadas a la aguja, siempre silenciosa;
un tiesto de albahaca, un tiesto de claveles;
se llamaba, creo, Vaso, Frosso o Bilio;
así olvidé yo el mar.
Un lunes de octubre
ante la casita blanca hallé un cántaro roto.
Vaso -para abreviar- apareció con un vestido
negro, el pelo despeinado y los ojos rojos
cuando le pregunté:
"Murió, el médico dice que murió por no haber
degollado un gallo negro en los cimientos...
dónde encontrar un gallo negro por aquí... sólo
bichos blancos.. y en el mercado las aves las
venden ya peladas".

La tristeza y la muerte no las imaginaba así;
me fui y volví al mar.
En el "San Nicolás" sobre cubierta aquella noche
soñé con un olivo viejo que lloraba.


4. Joven

Con el capitán Odiseo viajé un año,
fui feliz:
en el buen tiempo me acomodaba en la proa cerca de
la sirena,
canté sus labios rojos contemplando los peces vola-
dores,
en las tormentas me hundía en una esquina de la cala
con el perro del barco que daba calor.
Al acabar el año yo vi una madrugada minaretes
y me dijo el patrón:
"Es Santa Sofía, te llevaré a la tarde de mujeres".
Así conocí las mujeres que sólo llevan medias;
aquellas que elegimos, desde luego.
Era un lugar extraño;
un patio con dos nogales, una parra, un pozo
y, en torno, la pared con cristales rotos en el borde.
Un canal cantaba "Al correr de mi vida".
Entonces vi por primera vez un corazón
traspasado por una flecha conocida
pintada con carbón en la pared.
Vi amarillas las hojas de la parra
caídas en la tierra,
pegadas al barro miserable, al pavimento,
y di un paso atrás para volver al barco.
Entonces el patrón me cogió por el cuello y me
arrojó en el pozo:
¡qué caliente el agua y tanta vida en torno de la piel!
Después me dijo la muchacha jugando distraída con
su seno derecho:
"Soy de Rodas, por cien duros me desposaron a los
trece años".
Y el canal cantaba "Al correr de mi vida".
Me acordé del cántaro roto en aquella tarde fresca
y pensé:
"¿Morirá también ésta, cómo morirá?"
Le dije solamente:
"Ten cuidado, vas a estropearlo y es tu vida".
Por la tarde en el barco no pude acercarme a la sirena,
estaba avergonzado. 


De CUADERNOS DE ESTUDIOS (1937)


Giorgos Seferis (en griego: Γιώργος Σεφέρης; en transcripción española fonética, Yorgos Seferis) (1900 - 1971), era el nombre por el que era conocido Giorgios Stylianou Seferiadis, poeta, ensayista y diplomático griego que consiguió el Premio Nobel de Literatura en 1963, el primero de su nacionalidad en lograrlo. En 1931 publicó su primer volumen de poesía, Strofi (El momento crucial) y un año después apareció su segunda colección, I Sterna. En 1935 vio la luz Mythistorima. En 1941 contrajo matrimonio con Maria Zannou, a la que había conocido en 1936. Durante la Segunda Guerra Mundial acompañó a los políticos griegos en el exilio, viviendo en Creta, Egipto, Suráfrica e Italia. Acabada la guerra fue embajador desde 1953 hasta 1957 en Líbano, Siria, Jordania e Irak. Posteriormente permaneció como embajador griego en Londres hasta 1962. A partir de esta fecha se retiró del servicio y se estableció en Atenas. En 1963 recibió el Premio Nobel de literatura. Seferis estuvo muy influido por Constantino Cavafis, T. S. Eliot y Ezra Pound. En 1967 se pronunció en contra de la dictadura establecida por el general Papadopoulos, llegando a ser popular entre los jóvenes griegos. Seferis falleció el 20 de septiembre de 1971. Es considerado como el poeta griego más importante de la generación de la preguerra de los años treinta. En su obra destaca su amor y nostalgia por el Mediterráneo y su ciudad natal, Esmirna. Fuentes: varias.

24 de junio de 2011

Una oración y un poema




por Thomas Merton
Oración

Dios, Señor Mío, no tengo idea de a dónde voy.
No veo el camino delante de mí.
No puedo saber con certeza dónde terminará.
Tampoco me conozco realmente, y el hecho de pensar que estoy siguiendo tu voluntad no significa que en realidad lo esté haciendo.
Pero creo que el deseo de agradarte, de hecho te agrada.
Y espero tener ese deseo en todo lo que haga.
Espero que nunca haga algo apartado de ese deseo.
Y sé que si hago esto me llevarás por el camino correcto, aunque yo no me de cuenta de ello.
Por lo tanto, confiaré en ti aunque parezca estar perdido a la sombra de la muerte.
No tendré temor porque estás siempre conmigo, y nunca dejarás que enfrente solo mis peligros.
Amén

En Silencio

Aguarda.
Escucha las piedras del muro.
Permanece en silencio, ellas tratan
de decir tu nombre.

Escucha
a las paredes vivientes.

¿Quién eres?
¿Quién
eres tú? ¿El silencio
de quién eres?

Quién (permanece callado)
eres tú (así como estas piedras
permanecen calladas).
No pienses sobre aquello que eres
menos
de lo que podrías ser algún día.

Mejor aún
sé lo que tú eres (¿pero quién?)
sé aquello impensable
que desconoces.

O aguarda, mientras
sigas vivo,
y todas las cosas que viven
alrededor tuyo
hablando (yo no escucho)
hacia tu ser más propio,
hablando por lo desconocido
que está en ti y en ellas mismas.

“Trataré, como ellas
de ser mi silencio:
y es difícil. El mundo entero está
secretamente en llamas.
Las piedras queman,
aún las piedras queman.
¿Cómo puede un hombre aguardar
o escuchar a las cosas quemándose?
¿Cómo puede atreverse a sentarse con ellas
cuando todo su silencio está en llamas?”

Thomas Merton (Prades, Francia, 1915 - Bangkok, 1968), monje trapense, poeta y pensador estadounidense. Está considerado como uno de los escritores sobre espiritualidad más influyentes del siglo XX.  Su padre era originario de Nueva Zelanda y su madre originaria de Estados Unidos. Su madre falleció cuando él era niño. La infancia de Merton fue inestable en cuanto a su residencia, pues vivió en Francia, en las Bermudas, en Estados Unidos y en Inglaterra. En Inglaterra, estudió en la Universidad de Cambridge. Terminó sus estudios en la Universidad de Columbia, Estados Unidos. Por último, realizó su tesis de doctorado con el título de "La naturaleza y el arte en William Blake". Influido por los autores de sus libros e impulsado por una llamada interior a unirse con Dios, se convirtió al catolicismo en 1938. Ejerció docencia en Inglés en la Universidad de San Buenaventura y trabajó en un centro católico del barrio de Harlem en Nueva York. En 1941, ingresó a la abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní en Kentucky. Se ordenó sacerdote en 1949 y adoptó el nombre de padre Luis. La montaña de los siete círculos (1948), su autobiografía, es su obra más famosa, traducida a veintiocho lenguas. También escribió Las aguas de Siloé (1949) y El signo de Jonás (1953), dos volúmenes sobre la vida de los trapenses; Semillas de contemplación (1949) y La vida silenciosa (1957), libros de meditación, así como varios libros de poesía Figuras para un Apocalipsis (1947), Las lágrimas de los leones ciegos (1949) y Las islas extranjeras (1957). Durante sus 27 años en Getsemaní, Merton se convirtió en un escritor contemplativo y poeta, y se abrió al diálogo con otras religiones, apoyando causas como el pacifismo y los movimientos antiracistas. En 1959 conoció al sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal al arribar éste al monasterio. Después del regreso de Cardenal a Nicaragua, Merton sostuvo con él una activa correspondencia epistolar hasta su muerte. La relación que se dió entre ellos, fue de padre espiritual y devoto. Entre los años de 1963 y 1967 sostuvo una fluida correspondencia con el escritor rumano Ştefan Baciu. En 1964 escribió el manifiesto "Mensaje a los Poetas" como adhesión al Movimiento Nueva Solidaridad creado por el poeta argentino Miguel Grinberg, quien posteriormente tradujo al castellano sus libros El hombre nuevo, Pan en el desierto, Místicos y maestros Zen, Diario de un ermitaño, Ascenso a la verdad y Cartas a los escritores. Merton murió en un accidente en 1968 mientras asistía a una conferencia entre cristianos y budistas en Bangkok. Se encuentra sepultado en el monasterio de Getsemaní. Merton y Robert Lowell, otro converso al catolicismo, han sido considerados en su tiempo como los dos poetas jóvenes más importantes de los Estados Unidos. Por otra parte, sus diarios y sus cartas, que por expreso deseo de Merton no se publicaron hasta 25 años después de su muerte, revelan la intensidad de su compromiso con el movimiento por los derechos civiles, la justicia social y el diálogo interreligioso. Desde 1972, el Thomas Merton Center de Pittsburg concede el Thomas Merton Award, un premio a las iniciativas por la paz. Fuente: Wikipedia.com.